A los seres capaces de amar mis alebrijes tallados con el filo de impiadosas palabras. A tantas orfandades a llaga descubierta habitando intemperies en mitad del despojo. Al país de las nubes, su filiación de piedra, su pueblo hospitalario, sus mujeres poetas.


© Norma Segades - Manias
Enero, 2004
Imagen de tapa: Óleo "Manifestación", Antonio Berni

Epígrafe.

“Porque no sé rendirme,
sólo sangro”
Helena Ramos
(Rusia-Nicaragua)

Dedicatoria

A los seres capaces de amar mis alebrijes tallados con el filo de impiadosas palabras.A tantas orfandades a llaga descubierta habitando intemperies en mitad del despojo.Al país de las nubes, su filiación de piedra, su pueblo hospitalario, sus mujeres poetas.

El corazón sobre la furia.

(Prólogo 1ª edición – Linajes Editores – México)

Este libro se llama Desde otras voces, porque es desde allí de donde proviene: desde otras voces, desde otros gritos.
En noviembre del año pasado, Norma Segades – Manias vino a Oaxaca trayéndonos su palabra. Era el XI Encuentro de Mujeres Poetas en el País de las Nubes, la Mixteca. Y era el momento de su entrega.
Norma es argentina, santafesina, para ser precisos. Y es de laureada trayectoria, su palabra. Autora de “Más allá de las máscaras”, “El vuelo inhabitado”, “Mi voz a la deriva”, “Tiempo de duendes”, “El amor sin mordazas”, “Crónica de las huellas”, “Un muelle en la nostalgia”, “A espaldas del silencio” y “La memoria encendida”, ha obtenido, entre otros premios literarios provinciales, regionales, nacionales e internacionales, el Diploma y la Medalla Alicia “por su actitud de vida”, distinción que le otorgara la Fundación Reconocimiento, inspirada en la trayectoria de la Dra. Alicia Moreau de Justo. También se hizo acreedora al Primer Premio Nacional a la Excelencia Humana que concede el Instituto Argentino de la Excelencia, por “su meritorio aporte a la cultura”.
Sucedió que se acabó el Encuentro y Norma no se fue como vino. Ella vivió y revivió la obra de las poetas hermanas con una idea singular, leyó sus poemas y compiló epígrafes. Así surgiría este poemario, con el que vuelve nuevamente a Oaxaca, generosa como es, para entregárnoslo.
En lo personal, me bastó leer el título de los poemas para anticipar el carácter social que sostiene su libro. Y si esto era detenerse simplemente con el corazón ya estremecido, antes de iniciar el viaje dentro de su pulso: ¿Qué sucedería al internarse en lo profundo?
La primera impresión fue visual e intuitiva. Estos poemas únicos en la forma, estos alebrijes –como ella ha dado en llamarlos- me saltaron a la vista desde su métrica singular. Nada más sumergirme en la lectura, se apoderaron de mí. Cada forma se convirtió en el electrocardiograma del inconsciente colectivo del que pasé a formar parte. Ya no era yo la que leía. Ni era mi corazón el que palpitaba al ritmo de los versos, pausándose de vez en vez. Era un eco. Una marea llevándome. Había dejado de ser yo para ser ellos: aquellos hombres y mujeres que Norma me ponía enfrente; los que estaban ahí y hablaban y sufrían conmigo. Qué acertado, pensé, es el título del libro, porque no son sólo las voces de las poetas las que la autora se ha puesto en la boca. Es la voz triste de la vida. La carencia: “hambre, feudos, proclamas, indultos, dignidades”, indignidades también “en este territorio de lesa hipocresía”.
Y todo esto palpitado en mi mente, todo esto capturándome en la incapacidad de abandonar el libro a pesar de las pulsaciones, del dolor, de sus crudas sacudidas. Nuestras pulsaciones, cierto. Nuestro dolor, nuestras propias sacudidas.
Cuánto remordimiento para quienes vivimos sumergidos en nuestro pequeño mundo de cristal, mientras el real se turba, se estremece, más allá de nuestras puertas.
Poco después de esta lectura, de mis primeros comentarios, Norma me pidió que escribiera estas palabras. Sentí entonces la responsabilidad de la tarea encomendada. Prologar un libro de Norma Segades – Manias, de quien nunca podría decir suficiente. ¿Qué títulos me respaldan para hacerlo? Uno: la amistad que nos une, nacida de su generosidad y de la admiración que tengo por su obra. Otro: la necesidad de no cegarme ante la inmundicia, nuestra inmundicia, nuestra apatía. Y aquí estoy, escribiendo con respeto. El mismo que me obliga o que me empuja. El peso de sus palabras.
Por eso escribo desde la mujer-niña que soy. Norma me autorizó a hacerlo de esta manera. Así que hago lo que ella me permitió y escribo con la soltura que me brinda este estado de inocencia. Con toda la hermandad y toda la fuerza de lo verdadero, tratando de escapar de las estructuras literarias. Tratando de abandonar la indiferencia. Comulgo, entonces, con el mundo y con todo aquel que tenga acceso a la terrible fuerza de sus palabras.
Invoco también, para realizar esta tarea, al espíritu de Adriana Díaz Crosta, su amiga fallecida en 1995, y a quien ella me presentó hace pocos días desde la magia de su poesía. Me la presentó cuando le dije que buscaría ayuda para escribir esta presentación y ella me instó a escribirlo como lo hago ahora, desde el corazón.
Con la humildad que la caracteriza me contó que, con Adriana, con quien compartió los desvelos por la literatura, practicó este oscuro arte de decir las cosas más dolorosas sin abandonar la estética, este perderle miedo a las palabras y esta fuerza que brota desde lo escrito con la única intención de avasallar al lector, asomarlo a la guerrilla… ponerle “el corazón sobre la furia”.
Y eso es lo que Norma realizó a conciencia en este libro que a mí me dejó estremecida y que presiento habrá de hacer lo mismo con ustedes.
Y para cerrar el homenaje que queremos rendirle sus lectores, me permito verter una imagen de su entorno familiar –huella perenne dejada por su amiga Adriana- que nos dibuja al ser humano que Norma es y nos permite ver que, desde siempre, ha sido inspiradora de alebrijes y, ella misma, espléndida “alebrijera”

Entre hebras de ladrillos / viaja el pez./ No hay mascarones / deteniendo los alelíes brotados / de Norma y Miguel. / Y allá, / en las fauces de los grillos, / la verde palta. / Puertas abiertas en el palomar de los Manias. / Aquí, adentro, / tibiecito… / un corazón./ Allá… / del otro lado de la puerta, / en la esquina, / bajo el farol, / un paisaje florecido de lobos.

Esta es Norma. Esta es su palabra.

Leticia Ricárdez
Oaxaca, mayo de 2004

Contra la indiferencia.

(Prólogo 2ª edición – Universidad Tecnológica Nacional – Argentina)

Norma Segades – Manias ha escrito un poemario contra la indiferencia. Nos presenta un canto triste, una descripción atinada y salvaje, un dolor intenso, inmenso, hecho jirones. Mece, en sus brazos de noble poeta, la realidad sangrante que contempla. Cultiva su remota y diminuta esperanza en frases, en palabras que pugnan por salir triunfantes del espanto.
Nos habla desde la áspera realidad que ella contempla pero no olvida las caricias ni las utopías.
Con desnudez inusual de mujer, de ciudadana irredenta, señala dónde están las llagas, los golpes; dónde rompió un día la ternura el rostro de la indecencia.
Norma Segades – Manias va más allá de la poesía, atreviéndose a desmenuzar con paciencia de condenado, la sociedad huérfana de alegrís en la que ella crece y espera.
Así nos habla de tú a tú. Mirándonos a los ojos. Y nos demuestra que nadie permanece inalterable después de dejarse atravesar por estos versos, porque en ellos hay ese algo excepcional, esa verdad lacerante que atraviesa los siglos, los países, los idiomas.
Los poemas que forman este libro van precedidos de un epígrafe escrito por mujeres poetas que ella conoció en el País de las Nubes, México, en noviembre 2003.
Creo que estos epígrafes son utilizados como muro protector, como escudo tras el cual poder alejarse, quizás un poco, de ese dolor larvado durante años en su país, y así poder analizar desde otros ojos, desde otras filosofías, desde otras realidades, la suya propia.
Se autoriza, de esta manera, a entrar en su casa sin tocar la aldaba, sin rasgarse los nudillos clamando a voces la entrada. Y así, a horcajadas de la infamia, cabalga azotando sus flancos implacables, da de beber a la esperanza y se desgarra el pecho mientras canta.
Probablemente yo fui testigo de esta preñez insólita. Probablemente Norma urdió estos versos mientras la rebeldía despertaba su sueño de fronteras y clamaba en alta voz la necesidad de unir pueblos y pobrezas.
Probablemente.
O quizás estos versos nacieron antes, mucho antes, mientras dios y sus acólitos jugaban a los dados y el mundo se moría de a poquitos, bostezando su indiferencia.
Quizá.
Lo que sí sé con certeza es que estos poemas son ciertos. No existe, desgraciadamente, en estas líneas, lugar para la fantasía.
Son tan ciertas sus palabras como cierta es la existencia de la hostilidad, la humillación y la desvergüenza.
Leamos pues, sus versos. Busquemos en nuestro entorno cada uno de los personajes que deambulan por estos poemas y preocupémonos, en definitiva, si nuestra mirada cobarde no los encuentra.

Silvia Delgado Fuentes
Euskal Herria, noviembre 2005

El torturado.

“...porque sólo sé cantar lamentaciones / porque no puedo ser un ave de lluvia /
porque sólo soy un pájaro de cartón y piedra.”
Carmen Ávila
(México)


Porque habita el secreto,
porque no puede hablar de lo que duele
como turbas de espinas desgarrando su lengua,
desde aquellas desiertas madrugadas reclamando sus nombres
a pulso de picana, a fuerza de tortura, a paso de martirio,
apretando los dientes para no recordarlos en mitad de los miedos,
en mitad de la noche, en mitad de las lunas amarillas,
para no traicionarlos, para no maldecirlos
desde la soledad acantilada
y el dolor encendido.

Porque habita el insomnio,
porque el vuelo se ha vuelto fatigoso,
limitado y rasante como sus esperanzas
hartas de imaginar las libertades, la equidad, los derechos,
mientras la gente andaba los desfiles del júbilo, agitando el bullicio,
festejando ese triunfo que los parió una tarde los mejores del mundo,
ajenos por completo a tanta impunidad encapuchada,
decretando el silencio para la ausencia anónima
sepultando el hedor de la vergüenza
en el lecho del río.

Porque habita el fracaso
de ser hijo de un pueblo sin raíces
que inmola en los altares su diezmo de tragedia
y el nunca más es sólo un expediente entre tanta injusticia
y la historia repite sus errores sin tiempo, sus eclipses de olvido
y todo es negociable: hambre, feudos, proclamas, indultos, dignidades,
en este territorio de lesa hipocresía
donde una hostilidad a contrapueblo
desnuda los colmillos.

Las madres.

“Ya no es verano.
No hay Dios.”
Edith Goel
(Argentina-Israel)



Danzan al son del viento.
Danzan con un manojo de memoria
trenzado en el cabello, prendido en la solapa.
Danzan en los umbrales de un insomnio que devora retinas,
que adivina los cuerpos pudriéndose en la entraña del agua turbulenta,
que denuncia las llagas gestándose en los huecos de las noches sin dioses,
que reclama al silencio su azul cosmogonía de esperanza,
vagando por los jueves en la plaza del miedo
ante un pueblo que inventa absoluciones,
que indulta las afrentas.

Danzan sobre su llanto
al ritmo de la lluvia en las baldosas,
al compás de esos nombres que no quiebra la furia
con sus rabos de enconos clandestinos desciñendo relámpagos,
ni la boca asesina consumando rituales de harina fraudulenta;
que no rompe el sigilo de uniformes reptando por senderos impunes
ni la iglesia ocultando la identidad secreta del verdugo
ni la letra amarilla escribiendo otra historia
ni la calumnia alzando sus estigmas
ni la hirsuta impotencia.

Danzan entre el ultraje,
danzan sus terquedades insolentes,
danzan entre recuerdos, entre antiguos retratos,
entre gestos de infancias inocentes encendiendo sonrisas.
Renacidas al mundo desde las hendiduras de sufridas placentas,
paridas por los mismos que parieron sus muslos hace espesos veranos,
delatando los odios que acribillaron pájaros dormidos
cuando urdía la angustia sus tramas de desvelo,
cuando se rebelaron los geranios
y comenzó la ausencia.

El asesinado.

“El puñal y su ruido de sangre a borbotones, /
la explosión de una bala seguida de un silencio / más hondo que el vacío y sus cenizas.”
Julieta Dobles
(Costa Rica)


Se encontró con la sombra
aguardando el temblor de su inocencia.
Se enfrentó a aquel agravio acechando su vida.
Pudo observar la urgencia remendada, escuchar las palabras,
percibir las salmodias de la muerte deshojando su rítmico conjuro.
Y nunca sintió al cielo más oscuro y lejano que en esa noche fría
mientras edificaba sus desnudas plegarias impotentes,
sus ruegos maniatados de cordero propicio
extraviado entre torpes estupores
y delirios convulsos.

Pensó en las privaciones,
en el jornal de afrentas y migajas
ajado como un sueño huérfano de horizontes,
antes que le usurparan las monedas, las pulcras zapatillas,
que las manos cobardes corrieran los cerrojos, negaran los refugios,
impugnaran faroles anticipando el alba a sus ojos vacíos
y quedara tendido sobre arroyos de sangre a borbotones,
sobre esa prepotencia de sangre derivando
en diáspora feroz hacia el olvido,
minuto tras minuto.

Y echó al viento su grito,
su agonía de víctima indefensa,
el temblor de un naufragio que no le cedió treguas.
Envuelto en el sayal de su pobreza como única mortaja,
bajo un velo de estrellas susurrando su nombre de cruento semilunio,
liberando las fauces de lobos en jauría lacerados de escarcha;
entregó sus pupilas eternamente abiertas al asombro
en tierras donde el hambre es nada más que el hambre,
el invierno ha cerrado las fronteras
y no hay salvoconductos.

Las indiferentes.

“Entre dolores espesos, / entre la sed y el hambre... /
la humanidad entera se sacude en la orilla.”
Miriam Tai
(Argentina-Suecia)


Vagan sobre los muelles.
Peregrinan con plantas malheridas
los tormentos del hambre, la piel de la vergüenza.
Orillan los dolores calcinados en la pira del vértigo
mientras los criminales se llenan los bolsillos a costa del agravio,
mientras los asesinos hipotecan los sueños, rubrican las alianzas,
aprueban los convenios que las hacen esclavas de la muerte
bajo una luz espesa de harina voluptuosa
huyendo en las espaldas de la noche,
a horcajadas del llanto.

Descreen de estandartes.
Descreen de pancartas en racimo.
Descreen de otro pacto que la carne convulsa
entreabriendo sus vulvas, con esa obstinación de los enigmas,
para parir la aurora engendrada en espermas de luna sin pecado.
En el lugar exacto en que la sangre quema la matriz del silencio,
nimbadas de intemperie cenicienta, coronadas de espinas,
contemplando sus manos de agobios absolutos,
aguardan los conjuros que las salven
de exilios y naufragios.

Desnudas en las fiebres,
estallan en capullos de agonía
mordidas por jadeos de endechas y plegarias
porque eligieron desandar caminos multiplicando el miedo,
encubrir el ultraje, evadir las denuncias, ocultar los andrajos,
esconder pestilencias que sofocan la vida con su aliento a veneno
porque se niegan a fundar condenas que imputen las codicias
ante un cielo que sabe donde nace la usura,
la avidez que abre cráteres a un mundo
saqueado a culatazos.

El delincuente.

“...traspasas sin piedad /
los frágiles portales del alma.”
Yolanda Duque Vidal
(Chile-Canadá)


Aprieta en cada puño
las monedas que lo hacen propietario
de la gracia, el instante, el día subsiguiente,
en estas latitudes donde se exilian todos los silencios,
en estas coordenadas donde el amor no existe ni existen las victorias,
donde sobremorir es un impulso ciego, un acto de arrogancia,
un despliegue de sucias osadías para huir del repudio,
de la bala expiatoria quebrantando el ocaso
en busca de esa espalda escurridiza
que presiente en las sombras.

A pulso perentorio,
recorriendo callejas de tinieblas,
buscando las guaridas junto al cauce del río
que ha abdicado a su instinto de asesino, de ladrón en la noche,
de látigo inclemente golpeando la esperanza con su rabo de cólera.
A furia desdentada, como fauces jadeantes o sepulcros solemnes,
en el tiempo salvaje de una dura violencia fratricida,
escapa hacia el poniente agrietando pulmones,
atravesando con saliva espesa
la garganta viscosa.

Deja atrás las aldabas
que le legaron sueños en mendrugos
a su orfandad descalza, a su horror sin abrigo,
a su malabarismo indiferente al pie de los semáforos,
a tantas transparencias floreciendo en la angustia como secas corolas,
a tantas madrigueras ocultando rincones de inocencia violada,
al ramaje de umbrales que nunca pudo traspasar su infancia
porque el grito no alcanza para derruir murallas
y todo queda lejos del milagro
y la misericordia.

Los drogadictos.

“...bebo del llanto de la noche /
y del amargo abismo del olvido.”
Lina Zerón
(México)


Noche a noche los cercan los temibles espectros que impone la agonía
en el advenimiento de todos los abismos absolutos,
entre los aguijones
que decretan sus muertes solitarias,
su identidad de ojeras sobre un estanque quieto
donde el agua no agrede las matrices de arcilla
ni la rabia se quiebra en bofetadas
ni oscuras cobardías
profanan las verbenas que no ha querido degradar el viento
cuando rompe corolas con el látigo impune de sus alevosías.

Alguien queda llorando sobre briznas de sueños cuando ellos alucinan,
cuando se evaden voluptuosamente de tantas orfandades,
cuando vagabundean
por regiones de cielos turbulentos
y las luces salvajes derrotan las memorias,
les tienden emboscadas de euforias amarillas
y todo el corazón se les desboca
y el delirio está cerca
y un reguero de insectos les traspasa las mentes trastornadas
como un puñal de jade inmolando tributos al dios de las vigilias.

Alguien queda temblando debajo de los puentes que ocultan inmundicias
Alguien queda temblando las enajenaciones de las fiebres.
Alguien queda temblando
fragmentos de anatemas cenicientos,
jirones de esperanza que no tienen refugio,
hilachas de cordura que rasgó la desdicha,
telarañas de antiguos hematomas
aullando en la intemperie
mientras ellos remontan la altura merecida de un milagro
porque, en todo el sollozo, no hubo un muelle de luna donde amarrar sus vidas.

Las callejeras.

“Com teia de aranha /
caço os pesadelos dos sonhos.”
Eliane Fonseca
(Brasil)


Las noches son groseras como su pobre infancia huérfana de ternura
librando su batalla contra las ominosas pesadillas
donde el odio las vence
y ellas deben batirse en retirada
para buscar de nuevo refugio en las esquinas
y cubrirse de harapos la elocuente cintura
evitando que aprecie el apetito
su condición de hembras,
su cualidad de vulvas disponibles para el sexo injuriante
que deambula las calles con su paso de sombra solapada y desnuda.

Tienden lienzos viscosos para impedir que el hambre atraviese su angustia,
compendian estrategias que les permitan continuar intactas
en esa geografía
donde la sangre gime a borbotones
y los puños se imponen a pura prepotencia
y el pegamento enciende un mundo sin penurias
más allá de sus secos horizontes,
más allá de las pieles
que capturan sus cuerpos en la callada edad del desamparo,
más allá de los huecos que dejan en el alma las penas insepultas.

Pero no es suficiente un cazador de sueños para frenar la furia
ni el insomnio obstinado patrocinando un velo de inocencia,
algún rumor de alas...
cuando todos los ángeles custodios
mueren en la inclemencia de oscuros escondrijos,
transidos de tristezas que no admiten disculpas,
y la escoria anda libre por las calles
ofreciendo monedas
a cambio de sus bocas insolentes urgiendo los orgasmos,
a cambio de sus muslos, sus pubis inviolados, sus nacientes lujurias.

Los soldados muertos.

“...arrojados en la memoria que chilla y patalea / devorado por un olor a muerto /
imposible de despegar con nada.”
Carla Vidal
(Chile)


Siempre estarán yaciendo en su piel carcomida por los dientes del lobo,
porque los chocolates no llegaron al hueco de su ultraje
y nada estuvo cerca
cuando la noche, a paso de gangrena,
devoraba muñones con sus fauces de escarcha
y los dioses urgían su cuota de despojo,
el diezmo de homicidios cotidianos
que ordena su estatura,
su identidad de crótalo que repta acorralando sueños
mientras el mundo observa, mientras los templos rezan, mientras rugen los odios.

Siempre estarán yaciendo en esas soledades de profundos insomnios,
celosos habitantes de sus rotundas muertes en trinchera,
cubiertos por la nieve
como si fuera un velo funerario,
como leves sudarios sobre rostros roídos
donde el miedo demora los rictus del asombro,
donde la historia muerde sus traiciones,
donde la indiferencia
negocia cada llaga contundente, cada coágulo inerme
y el silencio es apenas otra infamia lloviendo sobre sus promontorios.

Propietarios de tumbas que no engendran corolas porque hasta el suelo es sórdido,
dueños de las raíces de sus nombres renunciando al olvido,
suturando las venas
degolladas por filos mercenarios
en el tiempo del frío, en la hora de las súplicas,
cuando el hambre alcanzaba la altura del sollozo,
la guerra era ese vértigo quemante,
la oscura pesadilla,
una cruel petulancia enredada en marañas de estrategias
y ellos esa centuria de ternura indefensa amartillando el vómito.

La sobreviviente.

“Doy vuelta al forro viejo de un poema de posguerra
y encuentro un pasaje amarillento al país de las luciérnagas.”
Marina Aoiz
(España)


Ha extraviado el enclave de los altos caminos que conducen al alba
y ha olvidado los nombres con que el mundo atestigua los senderos
que engendran armisticios
después que los misiles rigurosos
horadaron, cobardes, el vientre del planeta,
acatando las órdenes que reclamaban llagas,
que demandaban cálices de sangre
para saciar la furia,
en tiempos en que el puño quebrantaba los dientes del despojo
y la guerra era un párpado nutriendo las vigilias con ubres de venganza.

Pero sospecha, a veces, que sus sueños se han puesto a remendarle el alma,
sospecha que aún es hora de dar vuelta la trama desvalida
de todos los naufragios,
de encontrar el pasaje clandestino
hacia esa desmesura total de las luciérnagas
donde asume el delirio la edad de las fogatas.
Entiende que aún es tiempo de negarse
a aceptar connivencias
y aunque la sombra rueda adversamente los dados del presagio
su misión es fundarse envuelta en un rebozo de implacable esperanza.

Prepara talismanes que iluminan su cielo con aristas de lava,
arroja sus sollozos a los hondos calderos de la noche,
enciende los conjuros
para que nada puedan los demonios
contra sus amuletos de muertes amarillas
y sus voces secretas entonando plegarias.
Y explora la textura de los días
buscando cicatrices,
la huella de los pórticos discretos que ocultan el destino
a pesar de la lluvia pariendo sus ausencias de pena amordazada.

Los ciudadanos.

“Intento hacer pedazos
esta angustia.”
Ingrid Roldán
(Guatemala)


Hijos de un desengaño que desampara el alma y no tiene remedio,
avanzan lentamente con fatiga de llanto contenido,
avanzan con sus penas,
avanzan bajo el peso de las dudas,
de haber dilapidado su confianza a mansalva
cuando las libertades eran un breve sueño,
la vergüenza cabía en una lágrima,
golpeaba la sospecha
los pómulos desnudos de la noche
y el estallido seco de una bala sin nombre desnucaba los miedos.

Hijos de aquellos días en que andaba la patria sangrando en el silencio
y negras mariposas libaban de profundas pesadillas
y férreos ideales
se calzaban pancartas insolentes
para amputar la infamia con un filo de abismos
o abatir codicilos con mandobles de viento
y arrogantes ejércitos de sombra
alzaban proscripciones
desde la arquitectura de ese agravio que sucumbió en otoño
ante una muchedumbre de palomas heridas socavando cimientos.

Avanzan de rodillas sobre esta democracia de mezquinos preceptos
fundada en las entrañas de todos los principios lacerados,
fundada en la mentira,
en la orfandad de fábricas hambrientas
compensando las bajas a gesto de subsidio,
estableciendo alianzas con cielos extranjeros,
numerando sus lunas de deshonra
mientras iza promesas,
mientras inventa cepas de esperanza en su clave de exilios
y ellos saben que acaso han de vivir mañana su muerte a contracielo.

El recién nacido.

“Te acercas hacia mí como la brisa
dejando olor de pino en mis cabellos.”
Marina de la Cueva
(Honduras)


Su infancia es este muelle de nieblas enlutadas,
esta angustia agresora,
esta urgencia de harinas encendidas
devorando sus vísceras con colmillos quemantes como hogueras hostiles,
esta áspera ternura ante la indiferencia de la noche
ardientemente hastiada de pobreza y embriagada de sombras
y los senos exhaustos derramando esperanzas en los labios resecos
y la lluvia nutricia del calostro
regurgitando risas
hacia un regazo ahogado por salvajes cebollas.

Porque en todo su reino sólo existe un semblante,
sólo existe un aroma,
sólo existe la luz de esas caricias
alzando la vigilia, despejando los miedos, abatiendo cadalsos,
ofreciéndole un sitio donde sentirse a salvo de las dagas
cuando la enfermedad venga a buscarlo con sus fiebres rabiosas.
Porque en todo su cielo sólo existen jirones de obstinadas condenas,
sólo existen castigos alevosos,
sólo existen penurias
y una madre en harapos entonando salmodias.

Afuera está la ausencia con su perverso hocico,
con su voz de ponzoña.
Afuera el mundo teje sus sudarios,
desnuda los sepulcros que extinguen a destajo los sueños amarillos,
que inscriben sus patíbulos bajo un velamen sucio de gorriones
mientras gime la escarcha su intemperie de pena rigurosa
y sus pequeñas lunas empecinan murallas contra los maleficios,
se aferran a la piel de los remiendos,
estrenan su milagro,
se amarran a la vida con hilos de limosna.

La mujer golpeada.

“Ella habla del agua, / del fuego y de la luz /
y pone a trabajar todos sus muertos / para quitar malezas y mordazas.”
Nora Hall
(Argentina)


Quiere huir de la noche, evadir la deshonra,
ausentarse del mundo;
desertar de la hondura de este infierno
donde los golpes caen como cae la sombra o cae la llovizna
maltratando los pómulos con zarpazos de afrenta desvelada,
con ráfagas de cólera perversa exonerando puños.
Quiere dar testimonio de tanto desamparo inmolado al desprecio
cuando estallan los miedos rigurosos,
cuando las orfandades
se ocultan bajo sayos de hostiles novilunios.

La voz vuelca promesas, pero ya no las cree
aunque invoque crepúsculos.
La voz escancia pactos de rocío,
empecina palabras, restaura compromisos, congrega juramentos,
propaga los convenios en torrentes de frágiles vergüenzas,
pero ella ya no encuentra la esperanza entre tanto perjurio.
Alguien llora a lo lejos con un llanto que eclipsa su nombre de derrota
hundido en el asombro de su propia agonía
pero ella ya no escucha
las sílabas ahogadas por coágulos desnudos.

Atraviesa relojes con su insomnio en hilachas,
su demencia en mendrugos.
Cruza la estupefacta alevosía
como el cauce de un río desbordado de pena naufragante y amarga.
Avasalla la ausencia con pies de dignidad empecinada
sobre esa latitud a contrasueño que orilla los sepulcros.
Y aunque rueden los besos sobre su piel sin luna, sobre su sed sin tregua,
abdicó a la piedad de las mordazas,
proscribió los silencios,
desterró a la intemperie su ternura de musgo.

El desterrado.

“Mi piel
se adhiere a tu aliento.”
Damia Mendoza
(Ecuador)


Lejos de sus raíces, amaneciendo al sol de su destierro
con dolores de sombra pulsando en los agravios,
camina la sintaxis de un idioma reseco que demanda el orgullo
como visa imperiosa
para admitir sus pasos bajo un cielo
excluyente de todos los naufragios,
receptor de los sueños
invasores de luna en las noches aquellas cuando todos callaban,
prometedor de sitios donde no anda la vida
desorbitando hambrunas en los niños, arrasando salarios.

Pero su piel no entiende las ardientes razones del racismo
ni abdica a la insolencia de su oscuro legado
ni evade la nostalgia ante desnudas fauces de bestias subterráneas
regurgitando insectos
vestidos de overoles o corbatas
con rumbo a sus urgentes calendarios;
y erige soledades
y construye su canto junto al cordaje trémulo de una vieja guitarra
y la música es triste como cada derrota
y un aroma a distancia contundente precipita presagios.

Y resiste a pie firme la embestida de cercos y cerrojos
que le niegan acceso a un rito hospitalario
porque sabe que nunca habitará otro feudo donde ella lo reciba
con su gesto de patria,
su regazo de madre desvalida,
sus ubres de pezones desgarrados;
aunque a veces, de pronto,
en mitad de los trenes, al dar vuelta a una prisa, al cruzar un insomnio,
un fragmento de ceibo le indulta la memoria
y su mirada es como un árbol muerto que se deshoja en llanto.

La hambrienta.

“¿Qué será de la criatura
entre la mañana y el silbido?
Bella Ventura
(Colombia)


Ella es un logaritmo, un índice en las sombras,
la cifra que no cierra.
Ella no es más que un gesto remendado
incrementando el censo de cucharas vacías y vacunas urgentes
con que el dedo asesino contabiliza cada pesadilla,
cada cruento final de esos delitos que no admiten condena...
hasta que los abismos se derramen por calles pulcramente sumisas,
clamando por su angustia silenciosa,
aullando desde el fondo
con las voces del fuego crepitando tragedias.

Ella no vale nada ante el álgebra estricta.
Es sólo una molestia,
la piedra en el zapato de un ministro
que disimula todas las huellas del naufragio, los rastros del mendrugo,
con sus uñas pulidas, con sus calculadoras implacables,
con su intimidatorio veredicto de ilícita hipoteca.
Ella es un porcentaje inscripto en los tratados que fraccionan el agua,
devalúan la vida a pura fiebre,
subarriendan los sueños,
mientras el mundo instaura murallas y compuertas.

Ella sólo es un número, el guarismo descalzo,
la estadística seca.
Ella sólo es un punto en el diagrama.
Nunca tuvo una hogaza de pan hospitalario que calmara el sollozo
ni un manantial de avena donde saciar el hambre combativa
ni un perfil de alfabeto sedicioso excavando trincheras
ni un horario prudente donde alzar barricadas ante tanto exterminio
ni un silbo señalándole el regreso
al refugio en andrajos
donde muerden su cuerpo las muertes verdaderas.

El mendigo viejo.

“Uno se muere de cualquier árbol / de cualquier piedra /
en cualquier piel uno se muere...”
Selfa Chew
(México-Estados Unidos)


Tal vez antes del hambre fallezca de intemperie,
tal vez lo quiebre el frío.
Tal vez se desmorone entre redomas
que ahoguen, finalmente, su memoria aturdida por espesos brebajes.
Tal vez desaparezca por la puntada abierta en el reverso
como un tapiz de urdimbre desgarrada por zarpazos oblicuos
o se muera nomás de su desnuda muerte, su muerte ineludible
y la gente enarbole indiferencias
ante su piel de andrajos
y acaso ni celebre los rituales propicios.

Tal vez lo decapite un filo de relojes,
un mandoble de olvidos.
Quizás su miserable anonimato
–esa errante mirada de fantasma agobiado por insomnios y lunas-
increpe hasta los huesos al alfabeto oscuro de la sangre
cuando el linaje engendre sus historias de espermas fugitivos
y alguien venga a buscarlo entre los desperdicios de una calle cualquiera,
reconozca una estría de familia,
un gesto irrepetible,
un aire inexorable en el rictus preciso.

Tal vez muera esta noche, de espaldas en la escarcha,
húmedo de rocío,
descalzamente sucio de terrones;
un perplejo difunto de barba enmarañada y piojos en jaurías,
sin un diezmo de pena para entregarle al silbo del barquero,
sin un breve retazo de agonía donde encender el grito,
yaciendo, simplemente, como yacen los muertos, en mitad de la vida,
alucinando una comarca agreste,
un sitio a contraviento
donde lo encuentre el alba con los ojos vacíos.

La combatiente.

“Que se dejen las noches de pudrirme los sueños,/
déjenme entrar al ocio de ser sólo otra vida / para no llorar sangre.”
Liz Durand
(México)


Aunque el mundo la acecha como un lobo rabioso jadeando en la penumbra,
aunque un dolor punzante atraviesa el imperio de sus vísceras,
aunque un sueño a jirones le agoniza en los ojos
y el sollozo adelgaza la tristeza
y el viento huele a tumba;
se ha obstinado en el alba,
se ha empeñado en cavar cada trinchera
alzando la palabra por todo paradigma
hasta alcanzar la magnitud del fuego, hasta quebrar portales
topando con arietes de dura cornamenta, de testuces desnudas.

Sostiene a pulso firme los ritos que establecen una nueva ternura,
el diezmo desvelado, la antigua absolución de su vergüenza
tendida sobre el ara sedienta de los miedos
como las fauces cómplices de un odio
rayano en la locura.
Y no acepta mordazas
que auguren otro cielo de puñales
y dimite al olvido que palpita en la ausencia
y se niega al reflejo en los azogues perfilando serpientes
y repudia los gestos que no involucren voces, que no enciendan denuncias.

Reclama un horizonte convocante de pasos, de hogueras absolutas
donde ofrendar las cepas de ilusiones, las anteras del canto,
un minúsculo gajo de esperanza sin tiempo
que la ayude a evadirse de las ciénagas
voraces de la angustia;
que le tienda una amarra
desde donde halar sus ideales,
las jornadas que restan a su ardiente vigilia
y ya no tenga que llorar gorriones en mitad de la noche
mientras toda la muerte desboca tamboriles de agrietadas pezuñas.

La huérfana.

“Adiviné que la muerte /
había dormido en los floreros de mi casa.”
Margarita Muñoz
(México)


Le bastó una mirada desatenta
para ver que la sombra había mutilado los últimos relojes,
para entender el gesto desatando los hilos de la urdimbre,
inmolando esperanzas al borde de septiembre,
al filo del insomnio.
Le bastó una mirada
para observar el rastro aplastando las hierbas
en la entraña maldita de esa noche vestida de silencio.
Le bastó una mirada sobre el seco inventario de su piel indefensa
herida por el rabo antropomorfo.

Fue cuando los eclipses de sus manos,
cuando un eco mordido de agonía impaciente emprendió los destierros
hacia los laberintos donde oculta la vida su derrota,
cuando su voz se abstuvo de encender la mañana,
de nombrar el asombro.
Cuando todo su aliento,
con un gemido ronco, se detuvo en la náusea,
e impugnó cronogramas amarillos de implacable tristeza.
Cuando todo su agobio naufragó en las rompientes de una luna sin párpados
y se hundió en la espesura del despojo.

Y empecinó un refugio en cada augurio,
cada promesa exigua, cada antiguo milagro, cada ritual solemne,
se inventó un evangelio para oponer al tiempo de la ausencia,
proscribió la palabra de garras ofensoras,
edificó el sollozo
y anduvo ciegamente
la memoria cautiva en sus breves ternuras,
en la delicadeza desdeñosa de sus duros misterios...
porque ya no podría salvarla de los miedos, custodiar sus angustias,
rescatarla del hielo de sus ojos.

El ejecutado.

“Y si usted no los conoció cuando niños / y si no se los imaginó danzando en la lluvia,/sólo la noticia en el periódico a la hora del arresto, / sólo la foto del muerto y su boca hueca de moscas, / no podrá comprender los compuestos del futuro.”
Lourdes Vázquez
(Puerto Rico-Estados Unidos)


¿Tuvo acaso futuro su pasado?
¿O sólo fue una pieza en el tablero antiguo donde juegan los dioses
con los sueños de un mundo que no encuentra las sendas del milagro?
¿Tuvo acaso un mañana su absoluta miseria,
su preciso destierro?
¿O siempre fue esta muerte
estas sienes vencidas embistiendo las hierbas,
esta orfandad sujeta eternamente en un llanto enterrado,
este dolor estricto que lo expulsó del alba, que lo alojó en las sombras
y lo envolvió en los pliegues del silencio?

Junto a su herida, turbas de uniformes
acosan hendiduras con voces afiladas como secos puñales
y lámparas intrusas encandilan la calma de sus ojos
por mostrar la derrota, el corazón quebrado,
el naufragio certero.
Una vez fue el asombro.
Vestía de inocencia debajo de la lluvia.
Extendía hacia la misericordia sus manos pedigüeñas
cuando aún era posible provocar la ternura con sus mocos de escarcha,
con sus gestos de duende callejero.

Alcanzó a duras penas la penumbra.
Alcanzó de rodillas las riberas abruptas de profundos abismos,
de esa angustia que estalla en infancias de hambruna inexplicable
espiralando aullidos gestados en la entraña,
en la matriz del miedo;
en la médula amarga
que desnuca su pulso por las alcantarillas,
que entenebrece el borde de la luna con un halo de muerte
en la quietud menguante donde cayó su olvido de pájaro sin nombre
sobre un regazo de terrones ciegos.

La prostituta.

“Quiero mirar la noche oscura
lamiendo la ventana y sus cristales.”
Etza Jara
(Ecuador)


El recuerdo de un hombre que es ausencia
se repite en los gestos, en el hambre obstinado del hijo que no duerme
en mitad de esta noche que la aguarda detrás de los cristales
con su morro jadeante de animal al acecho,
con su lengua lasciva.
Viene de una mañana
con aluvión de llantos y urgencias en las súplicas,
viene de una mañana inexorable erizando intemperies,
viene de andar descalza las dudosas asepsias de hospitales vacíos
esgrimiendo los filos de la vida.

Viene desde miradas espinosas
evitando las pieles que han sido mancilladas por el falo del viento
o espermas de crepúsculos que no engendran jazmines en la sangre.
Viene del veredicto de los ojos hostiles,
viene de la desdicha.
Anduvo soledades
pariéndole los soles con sus vulvas de fuego
en esta miserable travesía por antiguos prejuicios
donde todo parece lejano a los pecados del instinto insolente,
donde todo parece cercano a la mentira.

¿Cómo cotizará sus felaciones
cuando cruce la puerta hacia esa telaraña de tinieblas viscosas?
¿A cuánto ha de venderse para cubrir los gastos de las fiebres?
¿Cuál ha de ser el precio, el trueque por su pubis,
por su sexo sin clímax
cuando la sombra avance
en alas de murciélagos hidrófobos, violentos,
reclamando la ofrenda de su vientre, sus diestros orificios
y ella atraviese calles de roncas desvergüenzas, de humillaciones largas,
de feroces combates y vigilias?

La idealista.

“¿Acaso estoy para agonías
con esta sangre ardiendo?”
María Elena Cerecero
(México)


El secreto la hostiga ciegamente
como perra bravía amenazando al viento con las fauces oscuras
y un rigor de colmillos desgarrando gruñidos desafiantes.
El secreto remonta los cauces del olvido,
cruza la madrugada,
repudia las palomas
que fundaron arrullos en los jacarandáes,
corta de un solo tajo la llovizna cayendo sobre el río
donde ahoga los celos, las pulidas ausencias, los amores discretos,
el temblor de la luna en la maraña.

Mira de frente al mundo que supura
llagas de soledad, pus de derrotas, podredumbre de afrentas,
pero le duele el gesto que no se atreve a levantar el grito
ni ejercita derechos ni delata mentiras
ni amotina pancartas,
pero le duele el freno
imponiendo prudencias a pesar del despojo,
el desnudo velamen de esos sueños que no encuentran destino
pues nunca tuvo nada que no fuera un discurso de igualdad celebrante,
un ingenuo racimo de palabras.

Esta vez alzará todo el desvelo,
se armará hasta el presidio delinquiendo por flancos de humillaciones viejas,
incitará a la vida con espinas de rojos estribillos
para encontrar justicia, erigir horizontes,
restituir la esperanza.
Dentro de poca sangre
saldrá de su agonía a inmolar disimulos,
dentro de poco agravio rasgará la obediencia corrosiva
porque es tanto el repudio y es tanto el desconsuelo y es tanta la desdicha
que no alcanza el horror para callarla.

Los pandilleros.

“Ellos gritan y pasan / libando el níquel /
como mariposas negras entre el tráfico.”
Susana Reyes
(El Salvador)


Como un río de sangre que ya nada detiene,
como un río de agravios,
desbordan las riberas de una infamia
que aprisiona sin tregua las llagas dolorosas donde se gesta el odio,
que enciende en las gargantas los duros sobrenombres del desprecio,
que humilla con miradas en eclipse sus rotundos andrajos.
Como un río de lava devastando a su paso las fachadas solemnes,
atravesando el tiempo de las súplicas,
percutiendo aldabones
en el hueco amarillo donde nacen los pájaros.

Como un río de rabia carente de represas,
como un río descalzo
o un aluvión de mugre descontenta
o un enjambre rebelde de oscuras mariposas estatuyendo el hambre,
un río turbulento que no adhiere a los códigos del cauce,
que proclama estridentes amenazas con su voz de zarpazo
mientras fluyen sus lunas decapitando sueños hasta la alevosía
y una urdimbre de nieblas miserables
les sirve de mortaja.
Cuando el mundo los quiebra a golpes de fracaso,

su furia abofetea las mejillas del tiempo,
su oleaje es despiadado.
Sólo rozan la plena indiferencia
con su cruel silabario de perversión oculta, de gruesas carcajadas,
de desnudos eructos trepando desde el fondo de las vísceras
y un puñado de caries malolientes encrespando el calvario.
Sólo pasan poblando las crudas intemperies a paso de sentencia.
Sólo pasan cantando las oblicuas lloviznas.
Sólo gritan y pasan
incendiando el crepúsculo con sus silbos bastardos.

Los jubilados.

“Ha cambiado este país pero los dioses siguen exigiendo
sacrificios humanos cada día.”
Livia Díaz
(México)


En aras de qué dioses habrán de aniquilar sus esperanzas
cuando se oculte el día sobre el perfil del mundo
y no encuentren jornales que defiendan sus vísceras desgarradas de pena
y estalle el sacrificio
ante los ojos de la indiferencia,
ante la furia seca del verdugo.
En qué altares sin nombre
se alzará la obsidiana que desnuque sus sueños de víctimas sitiadas.
En qué piedra solemne, ebria de codornices,
perpetrarán los ritos de sus muertes, repudio tras repudio.

Por cuáles acueductos, cuáles horrendas jícaras de cuarzo
derivará su sangre, su silencio profundo.
Hacia dónde sus coágulos de asombro desvelado por las voces del miedo.
Hacia dónde sus huellas.
Hacia dónde el honor que les saquearon
a golpes de vergüenzas y perjurios.
Sus gestos naufragantes
orillan los confines donde anda la impotencia lacerando el olvido,
confirmando la infamia del martirio alevoso,
tensando las urdimbres que restauren sus hilachas de orgullo.

Eternos desterrados de los siempre lejanos paraísos,
admitiendo la sombra como único refugio,
sabiendo que sus días habrán de ser iguales a todas sus miserias,
igual en los colmillos,
igual en el linaje condenado,
en la cruel dinastía del mendrugo.
Después de haber cavado,
después de haber construido los rotundos cimientos de esta patria injuriosa
que no respeta rostros de intensas cicatrices
acorralados por centurias ciegas en mitad del crepúsculo.

La parturienta.

“Grito tu nombre
en las ventanas de la noche.”
Mariana Falconi
(Ecuador)


Siente que la mañana desterrará sus lunas desprolijas
a un sitio donde el mundo amartilla condenas.
Recuerda los jadeos, los besos perentorios, la luna en los cristales,
centurias de corolas
amotinando alambres oxidados
en la complicidad de las tinieblas.
Convoca cada gesto,
cada seco minuto hurtado a la desdicha para fundarse un cielo
donde ocultar las ansias, los desnudos sigilos
con que el amor le socavó los muslos una tarde cualquiera.

Siente espasmos agudos agrediendo los muros del silencio,
desmadrando la sangre que pulsa en sus arterias.
Provoca desvaríos de fiebres sofocantes espiralando el miedo,
presagia soledades,
aventura colmillos que desgarran
la textura puntual de la vergüenza.
Piensa en la madre esquiva,
en el padre inclemente descerrajando furias sobre cuerpos sumisos
cuando la noche encubre rediles de mordazas,
cuando el repudio inicia impunemente los tiempos de la ausencia.

Asume que hay un hueco en el lugar preciso de sus sueños,
la cavidad exhausta de un vacío sin treguas.
Imagina tijeras seccionando membranas con sus filos de muerte.
Imagina punzones
perforando las carnes aturdidas
hasta las nervaduras de la médula.
Y se muerde los labios
mientras crispa matrices, exaspera sudores, espolea calambres
pujando hasta el aullido, hasta expulsar el llanto
de esa urgencia salvaje que la embiste con dolores de grieta.

Los niños jornaleros.

“Niños que se hacen hombres,
hombres que nunca fueron niños.”
Regina Sant´Anna
(Brasil)


Se parecen al gesto con que la noche funda sus guaridas
o quizás a la sombra que proyecta una sombra.
Se parecen al vaho que lame los barrancos con sus lenguas obscenas
o a un eclipse de luna
cobijando los pliegues del oprobio
con urdimbres de escarcha rigurosa
o al olvido que cae
como ceniza insomne entre los intersticios de tantas orfandades
mientras ruedan las calles bajo las hojas secas
que la furia del viento desarraiga, que el otoño desflora.

Caminan hacia el hombre sin detenerse a numerar suplicios
ni mendigar por treguas ni reclamar auroras.
Caminan hacia el hombre tropezando, cayendo, remontando el cansancio
en busca de heredades
donde esporas de ocultos exterminios
fecundan hondos huecos de cebollas.
Y no les queda tiempo
para aquietar la vida en el cauce violento de su esperma apremiante
aunque ande la intemperie estatuyendo hambrunas,
aunque el mundo inclemente los destierre a fundos de limosna.

Caminan hacia el hombre a pesar de los magros alfabetos
que resultan escasos para asumir derrotas,
ineptos, sobre todo, para saciar ausencias de ternura y hogazas,
que no son suficientes
para aplacar la sangre gravitando
con pesadez de dádiva espinosa.
Caminan hacia el hombre
desde la empalizada de esa oscura vergüenza que les negó el milagro
sabiendo que hay edades propicias al asombro
donde nunca fijaron residencia sus infancias anónimas.

La militante.

“...porque en ella los árboles fraguan la transparencia de las ventanas
y los unicornios se detienen para apaciguar la sed.”
Karla Sánchez
(Nicaragua)


Habita latitudes donde la gente extingue la esperanza
con aliento a mendrugos, con torrentes de exilios.
Habita coordenadas donde los unicornios de esperma transparente
ya no engendran la magia.
Habita en un espanto espiralado,
una región de páramos mezquinos.
Habita en un eclipse,
en un hueco de ausencias donde encienden las hachas sus filos de ceniza
y una luna amarilla decapita el follaje
con látigos de escarcha desvelada alucinando olvidos.

Pero nunca ha rendido sus puños de paloma temeraria,
pero cava trincheras contra los exterminios,
pero congrega voces que liberen al verbo de silencios sumisos,
pero ovilla sus miedos,
pero remonta un vuelo prepotente
desde la soledad de los abismos;
pero expulsa a la sombra
que husmea en los cristales con hocicos salvajes, con belfos de osadía,
pero amartilla gestos de furia contundente
y combate el abuso a dentelladas de desnudos colmillos.

Se ha propuesto este oficio de pujar por un mundo diferente,
de sangrarse los muslos pariendo otro destino.
Se ha propuesto un mañana de estrictas inocencias y cúpulas de fuego
donde elevar, sin prisa,
la alegre arquitectura de los pájaros
bajo un cielo de asombros desprolijos.
Se ha propuesto otro reino
donde la luz desciña sus orgasmos azules en el vientre del alba,
donde el pan se reparta en rodajas precisas
y la palabra estalle como huracán de esporas entre helechos dormidos.

El demente.

“Goleta a la deriva soy,
náufrago en una gota de barro.”
Rocío Castro Morgado
(Perú)


Mira pasar las horas asediado por ráfagas de pupilas vacías,
de grageas puntuales,
desde esa soledad de quien no tiene más que su silencio
y el denso desvarío de una mente reseca
y delirios alzando barricadas.
Ha ampollado las plantas del fastidio
de tanto andar vagando por vértigos rituales
mientras fundan insomnios los espectros que arrastran su condena,
mientras alguien custodia,
mientras alguien lo llama detrás de los azogues con un nombre en hilachas.

Mira pasar los días tendido en los jergones saturados de piojos
que trepan por las pieles,
que anidan en la ropa y se adhieren al pelo desprolijo
con su sed insaciable, su avidez de parásito,
su hostilidad de trompas temerarias.
Mira gotear el tiempo en las clepsidras
apretando sus manos de espasmos impacientes,
tejiendo pesadillas de las que nadie viene a despertarlo
porque anduvo la muerte
saqueando el patrimonio de su frágil cordura con sigilo de arañas.

Mira pasar la vida entonando salmodias de demencia absoluta,
urgido por las sombras,
apremiado por pasos que recorren las sendas de su infierno
seguido de una corte de cautelas precisas
o parquedad de sangre alucinada.
Porque no existe un hueco en los milagros
para su dinastía de extraviadas matrices,
porque no puede huir de sus demonios en la grupa del sueño
ni edificar la dicha
ni aullar por un consuelo en la profunda noche, llagado de nostalgias.

El manifestante herido.

“A la última alba huele el viento /
y no puedes protegerte de las balas / escudarte de la muerte.”
Helena Ramos
(Rusia-Nicaragua)



Como un pájaro ciego embistiendo cristales de escarchas avarientas,
como un pájaro ciego,
escucha en la distancia el coro de metálicos aullidos
con que la noche llama a ese musgo agrietado
que inaugura silencios en su boca.
Como un pájaro eternamente ciego,
extraviado en ramajes de injurias y traiciones,
despeñándose al fondo de un abismo devorador de sueños
donde asedian el alma
desnudas telarañas de urdimbre en laberinto y gangrenas viscosas.

Se le escapa la sangre en oscuros regueros de muerte a la deriva.
Se le escapa la sangre
huyendo de ese hueco agraviado por plomos contundentes
cuando sus convicciones entonaban consignas,
subvertían el vuelo de palomas
y el desempleo hería escaparates,
reclamaba salarios que eludieran mendrugos,
demandaba con nervios destemplados un trozo de justicia,
una pizca de orgullo
que evite la vergüenza de andar peregrinando con ojos de limosna.

Porque el mundo no sabe el precio que se paga por sucios armisticios,
por parir una patria
a un destino más digno que esta historia con harina en menguante,
por un mínimo espacio de pulcras rebeldías,
por mudos horizontes en derrota.
Porque el mundo no sabe de verdugos
ni sabe de su espanto tendido en los enigmas
ni sabe de su pena masacrada por los perros del odio
o el nombre de sus miedos,
porque el mundo no sabe que hay vuelos quebrantados al borde de la sombra.

La emisaria.

“No saben que a mi esperanza no hay ángeles que la tienten
ni sudarios que le sirvan.”
Silvia Delgado
(Euskal Herria)


Ya sabe que hay palabras gestándose en su entraña de afiebrada sibila,
palabras que descubren,
palabras que denuncian la ausencia de la luz en los agobios,
que revelan olvidos al caer las cucharas,
que delatan la infame alevosía.
Ya sabe que andan pulcras nimiedades
declamando tragedias de antiguos semidioses,
proclamando elegías de capullos al caer los crepúsculos,
vendiendo silabarios,
divulgando la angustia de un estío que migra feroces golondrinas.

Pero un rumor de alas abandonó el desierto para herir lejanías,
le acarició las sienes,
se asentó sobre su hombro como si fuera un pájaro en la lluvia,
la nombró quedamente por su nombre de viento,
el nombre que pronuncia su vigilia;
aquella identidad con que la invoca
ese amor que socava trincheras en su sangre
cada vez que se pierde en la desnuda orfandad de unicornios
sin hallar talismanes,
sin encontrar conjuros que la amparen del mundo y su pena amarilla.

Y hoy anda de esperanza calzada en bandolera como cuando era niña.
Mira crecer el tiempo.
Mira pasar la vida desde un iris de asombro transparente.
Mira pasar los dogmas con sus contradicciones
desde una apasionada rebeldía
y acepta ese destino inexorable
que el ángel le legara a través de las sombras.
Se prepara a parirse mensajera de sus padecimientos,
heraldo de sus miedos,
emisaria de un hambre que no mengua, testigo de sus iras.

La madre pedigüeña.

“Las doce de la noche / las doce en punto de la noche /
tiempo en el que se rompen los hechizos.”
Carmen Hernández Peña
(Cuba)


Ha de salir al viento aunque dientes de sombra le muerdan las mejillas,
aunque el miedo la alcance.
Ha de salir al viento con el solo equipaje de sus ruegos,
con roncos silabarios de apremiantes hambrunas
y su dolor por todo domicilio.
Ha de salir al viento espiralado
desde lo más profundo de sus propios abismos,
ante la indiferencia de esos rostros distantes de la pena,
esclavos de un silencio
que endurece aldabones con las complicidades de resecos olvidos.

Ha de salir a un tiempo donde tensa el engaño sus cerradas urdimbres,
donde el odio comulga,
donde la voz oculta compromisos, aviesas intenciones,
se cotiza a dos cifras un sitio en las pancartas,
y las corbatas lucran con martirios.
Ha de salir a un tiempo en que el despojo
traiciona dignidades a cambio de limosnas,
a cambio de centavos de promesas como salvoconducto
para escapar del gueto,
para obtener mañanas, filiaciones de salmo, identidad de exilios.

Ha de salir al miedo porque expiraron todos los desnudos hechizos
y agoniza su sangre
procreando otro linaje con esperma de soles en harapos,
engendrando intemperies en su útero convulso,
alumbrando un mendrugo malherido. Ha de salir al miedo cotidiano
cualquier pórtico de estos en que la angustia estalle
y el llanto le corroa la garganta con delirio de insectos
y la vida amartille
cucharas de calostro que exterminen la urgencia a espaldas del castigo.

La violada.

“Cada día / desde el fondo de mí /
una niña pregunta por usted.”
Waldina Mejía
(Honduras)


Donde la sombra anuda talismanes de insomnio que desgarran secretos,
y se estampa en las frentes el rojo abecedario del pecado
señalando el destino de ser la malquerida,
la heredera de todos los vejámenes,
de todos los asedios,
y se carga en el alma
la inflexible condena de sentirse
signada por los dioses para expiar la obediencia,
expatriada hacia el este de la dicha, al este del milagro,
porque lleva tatuados los símbolos oscuros que nombran el incesto,

ella ha visto a la muerte rondando sus angustias como si fuera un cuervo,
ha visto a la tristeza escanciando su esencia en la llovizna,
ha visto a la locura debajo de las sábanas,
franqueándole la entrada a los sigilos
que recorren su cuerpo...
Que la saliva es sucia,
que la voz se desnuda hasta el jadeo,
que los dedos exploran sus pieles agraviadas
en tanto el mundo habita la inocencia de quien nunca fue ungido
con los óleos infames de esa amarga liturgia degradante de sueños.

Y asume el desamparo como quien bebe, a sorbos, su cuota de veneno.
Y hasta un roce menguado la abandona en huecos de intemperie,
envuelta en su sudario de urdimbres amarillas,
sin poder soportar esa vergüenza
nacida de su infierno.
Sola hasta el infortunio
mientras la madre anda fundando el alba
en busca de la harina que los salve del hambre
y el deseo escudriña los rincones con sus ojos voraces
y el amor es ausencia, y la vida es infamia, y la noche es silencio.

Los masacrados.

“No fue la diáspora de fieras en duro galopar lo que anunció la hecatombe /
fue más bien una lluvia de pájaros / el color grisáceo de la atmósfera.”
Nohemí Sosa
(México)


La muerte se ha posado a libar en el cáliz inerte de sus ojos
como una mariposa de convulsas membranas cenicientas
mientras el alba nace alumbrando overoles,
rubricando las pólizas de un sueño,
desconociendo el odio
y una ausencia amarilla
tiende velos piadosos de derrota
sobre cada postura de martirio grotesco
aguardando las voces que no llegan a nombrar las ausencias
en tanto encalla el mundo contra la arquitectura de todos los despojos.

En sus cuencas vacías, los dogmas de un secreto eluden los insomnios
desde las cavidades donde el silencio implora por palabras,
donde el olvido azuza sus perros infinitos,
donde fundan eclipse las arterias
proscribiendo cerrojos.
Porque sólo las úlceras,
solamente los hierros retorcidos,
solamente los huesos que quebrantó la furia,
solamente la carne lacerada por espinas en llamas
conocen del infierno, del aullido que llega a horcajadas del óxido.

Porque no hubo trompetas, ni espectros cabalgando sobre cascos hediondos
ni observaron arcángeles descendiendo a la altura del presagio
cuando todo el abismo les cupo en las miradas
y marzo fue un verdugo enarbolando el trueno,
decapitando asombros.
No advirtieron las fieras
pariendo una masacre espiralada
desde vientres roídos por centurias de insectos
ni supieron que hay iras poco pulcras inmolando esperanzas
más allá del discurso y las complicidades y los fieros sollozos.

La ciudad arrasada.

“Recuerda:
en boca cerrada no queda nada por decir.”
Jéssica Freudenthal
(Bolivia)


Bajo la gris llovizna se quebraban los párpados agobiados de brechas.
Tendida en el otoño, entreabría sus muslos indigentes
a orillas de una infamia que venía creciendo
desde la hondura de los vaticinios
a ritmo de tragedia.
Con gesto de abandono
tendía sus cabellos hacia el agua,
entregaba su vientre a los dedos del fango,
humedecía el pubis sugerente en la espuma pulsante,
transfería a los juncos su cintura confiada, sus desnudas caderas.

Y el río alzó las ansias, el celo inexorable, la salvaje tiniebla,
desató su lujuria sobre el follaje mustio de las fiebres,
husmeó, poro tras poro, sus aromas ingenuos,
hinchó el rotundo escroto del deseo,
arrolló su vergüenza;
diseminó al voleo
ese esperma salitre y penetrante
que le mordió los glúteos, la espalda temblorosa,
que desgarró su sexo de azucena con el falo inclemente
de semental piafando entre el bárbaro instinto de una ardiente impaciencia.

Y aunque elevó la angustia reclamándole al cielo con su voz indefensa,
aunque tensó su cuerpo rechazando el lenguaje intempestivo
y lo hirió en la mejilla y amorató sus pómulos
y rogó por ayuda en mitad del silencio
y escudó su inocencia...
debe apretar los labios
y componer la braga hecha jirones
y continuar viviendo sus vastas orfandades
porque a nadie le importa su esperanza tendida en la deshonra
ni su alma mancillada ni su sonrisa ausente ni su estricta tristeza.

La escritora.

“... porque hasta el último hálito de vida
voy a aferrarme a la conciencia.”
Leticia Ricárdez
(México)


La voz estalla en huecos de conciencia
con un gesto de espiga reclamándole al siglo sus silencios culpables.
La voz se eleva triste, sin ritmo de panfleto admonitorio
ni cadencia de muerte multiplicando coágulos
ni palabras convulsas.
La voz busca engendrarse
con semen de fogatas pulsando en la vigilia,
en el cántaro azul de una esperanza ejercida a mansalva.
La voz quiere ser clara como el agua en la lluvia o la luz en la aurora.
La voz quiere ser largamente pura.

Pero ella no suscribe al disimulo,
renuncia a los secretos, abdica a los disfraces, reniega de mordazas.
Entonces ya no puede consentir los dolores encrespados,
admitir los vendajes que ciegan las pupilas,
omitir la denuncia.
Entonces se apasiona,
entonces se derrama como un bálsamo tibio
entre todas las llagas rigurosas, entre todo el agravio,
entre todos los odios que invaden la intemperie cuando la vida exhibe
sus colmillos de eclipses y penumbras,

inventa algunas treguas tutelares,
alguna fe propicia que le encienda horizontes a pesar del espanto,
algún síntoma breve de escasas indulgencias malheridas,
un resto de plegaria agazapada
que funde otra liturgia...
Pero en el fondo sabe
que algo viene creciendo a través de la pena
que, más allá de la quietud del viento, el hambre anda en jaurías,
que tiene el corazón de pie en las coordenadas del más hondo cansancio,
que tiene el corazón sobre la furia.

Acerca de la autora

Acerca de la autora
Palacio de las Bellas Artes - México DF (2003)

Biobibliografía

Norma Segades Manias, Santa Fe, Argentina, 1945. Ha escrito *Más allá de las máscaras *El vuelo inhabitado *Mi voz a la deriva *Tiempo de duendes *El amor sin mordazas *Crónica de las huellas *Un muelle en la nostalgia *A espaldas del silencio *Desde otras voces *La memoria encendida * A solas con la sombra *Bitácora del viento *Historias para Tiago y *Pese a todo (CD) En 1999 la Fundación Reconocimiento, inspirada en la trayectoria de la Dra. Alicia Moreau de Justo, le otorgó diploma y medalla nombrándola Alicia por “su actitud de vida” y el Instituto Argentino de la Excelencia (IADE) le hizo entrega del Primer Premio Nacional a la Excelencia Humana por “su meritorio aporte a la cultura”. En el año 2005 fue nombrada Ciudadana Santafesina Destacada por el Honorable Concejo Municipal de la ciudad de Santa Fe “por su talentoso y valioso aporte al arte literario y periodismo cultural y por sus notables antecedentes como escritora en el ámbito local, nacional e internacional”. En 2007 el Poder Ejecutivo Municipal estimó oportuno "reconocer su labor literaria como relevante aporte a la cultura de la ciudad".